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sábado, noviembre 23, 2024

Cuando “la grandeza histórica” de Pedro Santana cautivó a Balaguer

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SANTO DOMINGO. El 23 de julio de 1978, 25 días antes de traspasar el poder a Antonio Guzmán, el entonces presidente Joaquín Balaguer encabezó la ceremonia de inhumación de los restos del controvertido Pedro Santana en el Panteón Nacional y pronunció un dramático discurso en el que le reprochó sus crímenes de Estado y lo redimió por sus triunfos en algunas guerras de independencia.

En el solemne acto de aquel domingo, con vibrante emoción y los giros de su peculiar retórica, Balaguer enjuició severamente a Santana, pero reconoció que no podía sustraerse a la atracción de su “grandeza histórica”.

Al iniciar su discurso, y en referencia a la sepultura de los restos de Santana en el Panteón Nacional, Balaguer señaló que se hallaba, según el sentir de muchos, en presencia de “un verdadero sacrilegio”.

“Parecería que las bóvedas de este monumento secular van a desplomarse sobre nosotros por haber franqueado las puertas de este santuario patriótico a un apóstata que vendió a su propia patria, cuyos restos parecían inapelablemente condenados a ir de ciudad en ciudad y de tumba en tumba, arrastrando en su propio país las cadenas de un ostracismo ignominioso”.

Se preguntó, entonces: “¿Cómo es posible, en una palabra, que esa especie de monstruo (Santana) que, por un lado, nos redimió de la servidumbre, y, por el otro lado, nos ató de nuevo a la coz del vasallaje sea traído aquí a este Altar de la Patria para compartir (…) la gloria con los que jamás traicionaron sus ideales, con los que coronaron su carrera muriendo dignamente”.

Explicó que “hondos escrúpulos de conciencia” sacudían su ánimo al depositar los restos “de semejante personaje en una urna cercana a la de Antonio Duvergé, a la de María Trinidad Sánchez”.

En cuanto al prócer Duvergé, Balaguer recordó que Santana “lo vejó sin consideración alguna ni a su martirio ni a su gloria y después de haberlo hecho fusilar, sin haberle ofrecido siquiera la oportunidad de defenderse… en el sitio de la ejecución bajó del caballo que montaba y golpeó el cuerpo ya exánime del mártir”.

Aparentemente sobrecogido, Balaguer prosiguió: ¿Qué sentimientos agitarán hoy el alma de María Trinidad Sánchez al ver llegar a estos atrios consagrados a los inmortales de la patria al hombre que hizo desgarrar sin un ápice de piedad sobre su pecho la bandera dominicana?”.

El orador evocó al general Gregorio Luperón y se preguntó: “¿No se estremecerá en su tumba al ver llegar aquí, solicitado como un héroe, al mismo hombre al quien tuvo que arrebatar ya enlodado el pabellón del 27 de febrero para enarbolarlo de nuevo, limpio de toda mancha en los bastiones de la patria reivindicada y redimida?”.

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