El declarado estado de emergencia, ni el toque de queda existen para Rosa Alba (nombre ficticio). Ni un solo día ha dejado de salir a buscar “clientes”. Tiene apenas 19 años. Llegó a un tercer grado de la escuela primaria. La pobreza la excluyó de las aulas y la llevó a gestionar temprano los recursos que le permitieran sobrevivir. A su lado, Altagracia. Se le ve cabizbaja y escucha atenta.
No tiene la lozanía de su compañera. La vida que le ha tocado llevar y los años no la han tratado de maravilla. Rebasando el medio siglo, conservando rasgos de lo que fue una esbelta figura. Su larga cabellera y ojos negros penetrantes, dicen que muchos hombres se arrastraron a sus pies en sus años mozos. Algunos de ellos le dejaron recuerdos imborrables: dos hijos a los que debe alimentar y educar.
Además de ellas dos, otras seis mujeres esperan por “clientes”. Ninguna ha sido llamada para incluirla en el programa FASE o para entregarle alguna tarjeta de las que distribuye la vicepresidenta Margarita Cedeño. El centro de diversión donde ofrecen sus servicios está cerrado desde el 18 de marzo.
La fecha trae recuerdos amargos para Rosa Alba, Altagracia y sus seis compañeras. Esperan ansiosas que culmine este período y la vida “vuelva a la normalidad”.
Oficio peligroso
Aunque admiten que sabiendo el riesgo que corren han seguido ejerciendo su “oficio”, tomando, eso sí, algunas previsiones. Pero la cuarentena y el toque de queda han sido un duro golpe para su economía, los ingresos han mermado en más de un 90%, teniendo días en que deben retornar a sus hogares solo con la esperanza de que “mañana será mejor y con algunos “clientes” obtendremos para comer un par de días”, expresa Altagracia en voz alta.
El drama es penoso para estas mujeres. Su futuro, incierto de por sí, hoy, con el surgimiento del coronavirus se torna más oscuro e indefinido.
Aunque su “trabajo” es convencer a hombres para llevarlos a la cama, estas mujeres han tenido que recurrir a la mendicidad para sobrevivir. El primer paso es la oferta de su “servicio”, pero si el hombre abordado no muestra interés, entonces llega la segunda opción: “deme algo pa la comida no he hecho un centavo por esta cuarentena y el cierre del negocio nos tiene pasando hambre, por favor. Yo nunca pensé que pediría para comer”, dice llorosa Altagracia, tras tomar lo poco que este periodista pudo darle en ese momento.