“Nada más basta con entrar a la casa de ese sujeto para darte cuenta de que ese tipo es un maniático”, exclamó Luis Manuel, uno de los residentes en el sector Ensanche Isabelita II, sobre el lugar en donde residía Santos, asesino confeso de la niña de tan solo nueve años de edad, Liz María.
La exclamación de Luis Manuel, a pesar de ser dicha con la rabia y la indig nación que aún predominan entre los moradores del sector, no está lejos de la realidad. La morada en donde “el panadero” pasaba las noches no estaba distante a lo que sería un cuento de terror para niños.
Santos residía en una pequeña casa, localizada en el patio de un local donde funciona una imprenta. Techada con cinc, el lugar se encuentra en la calle 10 del referido sector, a solo dos esquinas de distancia de donde residía Liz María junto a sus familiares.
Dentro de la casa de “El panadero” solo había un pequeño colchón con unas pocas camisas tendidas justo encima, sin ningún otro espacio delimitado que se pueda identificar, ya que el baño (una pequeña letrina) está fuera y el hedor que de allí emanaba era insoportable para los miembros de la prensa que procuraban testimonios e imágenes.
La electricidad de la casa es suministrada a través de una extensión eléctrica que llega desde la imprenta, de la cual solo se conectaba una bombilla en medio de vivienda para iluminarla completa.
En el piso se podían observar varios artículos infantiles, como un libro de cuentos, un control de videojuegos y varios juguetes y figuras de acción.
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Tan extraña como su residencia era la conducta de “El panadero”. Según cuentan los residentes del ensanche Isabelita II, tiene alrededor de quince años viviendo en la zona y pocas veces compartía palabras con sus vecinos.
Estos relatan que el violador y asesino confeso de la niña acostumbraba a vender pan a tempranas horas de la mañana, de allí el apodo, pero fuera de allí su interacción con vecinos del sector era prácticamente nula, hasta que comenzó a comer en la mesa de la familia de Liz.