Aun en tiempos de un virus tan inmisericorde y mortal como el Covid-19, el tráfico en Santo Domingo, la capital dominicana, está tan embrollado y taponado cada día que un viaje desde la Dirección General de Migración hasta la avenida John F. Kennedy le ocasionó a un ciudadano casi dos horas ensartado en un atasco, el equivalente a un vuelo desde la terminal de las Américas a la ciudad de Miami.
Así están nuestras calles y avenidas, haciendo de la vida de los ciudadanos viajeros un espacio que les aprisiona y ahoga en un mar de frustración y enojo.
Muchos lo han calificado como un “trastorno vial caótico” que empeora cada día, y cuando se entiende por qué tantas inversiones en infraestructuras de conectividad terrestre para el transporte de personas y de carga no logran sus propósitos, el año 2018 podría dar una pista sobre dónde se ancla parte crucial de la causa de este problema.
Con una población de más de 10 millones de almas, el país tenía, al cierre de 2018, un parque vehicular de 4,350,884 unidades, camino a la mitad del grueso de sus habitantes.
Ese mismo año se contaron 253,546 vehículos de nuevo ingreso, más que en 2017, según establece un boletín de la Dirección General de Impuestos Internos (DGII).
El reinado de las motos
De ese total, el 55.1% es motocicletas; el 20.9% automóviles, 10.3% jeeps y el 13.6% restante es de unidades de carga y autobuses. Desde que despunta el alba, un montón de vehículos empieza a rodar, formando hileras interminables en toda dirección, comprimiendo en los cuatro puntos cardinales de la ciudad.
Así, poco a poco, de Norte a Sur, de Este a Oeste, avenidas y calles laterales comienzan a comprimirse por esta congestión. El ruido ensordecedor de bocinas y los fétidos eructos de los mofles que expelen residuos de su revoltijo de aceite y combustible, fastidian e inquietan el ambiente.
Carga humana y el tráfico
El creciente flujo de tráfico en Santo Domingo, una metrópoli cuya población se extiende sin control, prensando sus llanuras medias, sus colinas y bandas costeras, se afianza sin pausa mientras su tasa de crecimiento crece desenfrenada.
Este peso humano influye en el desenvolvimiento del tráfico cuando se agrega al enorme parque vehicular del país, haciendo una combinación crítica. Si ya movilizarse montado en vehículos contrae dificultades para llegar al trabajo y retornar a casa después de duras jornadas de labores, hasta el esfuerzo de hacerlo a pies se ha tornado agobiante.
Las debilidades de la autoridad de tráfico para reducir este problema, a veces con un ver y dejar pasar, al centrarse en buscar infracciones y poner multas, al margen de otros hechos que ocurren a su proximidad, agrava la situación.
Pero el problema no es solo por cúmulo de tráfico y más gente movilizándose.
Este desorden también tiene otros protagonistas que, arrastrados por el desdén del Estado, el olvido y la miseria, impulsan los tapones.
Para vergüenza y perjuicio a la imagen del país, a 528 años del descubrimiento y conquista de estas tierras del nuevo mundo y 132 años de la producción e inicio del automóvil, todavía aquí hay carretas tiradas por animales en algunas vías, triciclos atestados de vegetales y cocos; haitianos arrastrando carritos trocados a paleteras, indigentes, discapacitados, limpia vidrios, vendedores de cables de celulares, flores, frutas, agua, limoncillos, cachuchas, perritos y frío-frío.
Este fenómeno de congestión de tráfico ocurre durante las “horas pico”, más notoriamente cuando la mayor parte de la masa laboral ingresa o sale de sus puestos de trabajo a una misma hora. En la mayoría de casos, los ciudadanos, acorralados por este martirio, sienten frustración. Otros recurren a dosis de paciencia y esperan alguna brecha, o que todo se despeje, para avanzar hacia sus destinos. Mientras todo esto ocurre, los automovilistas pierden tiempo y gastan más combustibles, se tronchan citas médicas, horarios de reuniones y retrasos de llegada a oficinas públicas y privadas, la gente se carga de ira, se generan riñas y hasta se producen muertes.
LOS EFECTOS
Contaminación.
Otro hecho preocupante es la movilidad de ambulancias y servicios del sistema 911, que, en su prisa hacia clínicas y hospitales con enfermos y heridos, en muchos casos pendiendo de pocos minutos para salvar vidas, se ven atascados por el peso del tráfico.
También, la contaminación se concentra más en espacios habitados, afectando la salud de los ciudadanos, porque los motores de combustión interna de estas unidades emiten gases y partículas que contaminan el medio ambiente, específicamente por la emisión de óxidos nitrosos, monóxido y dióxido de carbono, compuestos orgánicos volátiles y también macropartículas.