El triunfo dominicano, alcanzado en la Batalla del 30 de marzo del 1844, escenificada en Santiago, consolidó la determinación de pelear por el sostenimiento de la Independencia Nacional, proclamada la noche del 27 de febrero del mismo año.
La nueva derrota sufrida por las huestes haitianas en marzo fue recibida con júbilo en la parte este de la isla, luego de que las mesnadas criollas, comandadas por el general José María Imbert, resistieran cinco ataques, por dos flancos, en los que los invasores tuvieron unas 600 bajas y una mayor cantidad de heridos. No obstante, los nativos no contaron pérdidas.
Al mediodía del 30 de marzo, se iniciaron los combates, con una carga haitiana, por el lado izquierdo dominicano que defendía el Fuerte Libertad, la cual fue rechazada.
Los experimentados antagonistas acometieron de nuevo, pero fueron repelidos por la artillería criolla. Otra vez los foráneos arremetieron y resultaron atacados vigorosamente.
Después de cinco horas de combates, los haitianos solicitaron una tregua para recoger sus muertos y heridos. Tras hablar con el general Imbert y pedir seguridad de que no sería molestado en la retirada, el general haitiano Jean-Louis Pierrot, entonces candidato “natural” para sustituir a Charles Rivière-Hérard, salió con sus tropas hacia Haití, en “gran desorden”, abandonando objetos y víveres.
Según relató el historiador Adriano Miguel Tejada en El diario de la independencia el campo dominicano estaba lleno de héroes.
“Imbert que comandó brillantemente las tropas y trajo orden donde sólo había desvalimiento; (Pedro Eugenio) Pelletier y (Achille) Michel, en el campo de batalla, dieron muestras de sus dotes de mando y la eficacia de sus previsiones; (Fernando) Valerio, que con su carga, selló el triunfo definitivo; (José María) López, cuya artillería probó ser extraordinariamente eficaz contra las columnas haitianas; (Ángel) Reyes, que con su batallón La Flor, formado por la juventud de Santiago, se lució en el campo; en fin, los batallones de todo el Cibao y el pueblo de Santiago, que una vez más ha dicho presente, y con su presencia ha salvado su independencia”, escribió.
De acuerdo con el historiador José Gabriel García, “los triunfos tan espléndidos reanimaron el espíritu público” e “hicieron renacer la confianza en el buen éxito de la causa nacional, reviviendo en las masas el entusiasmo que se había debilitado con la injustificada retirada del ejército del sur a Baní, pues a la vista de los últimos sucesos ya no le quedó sino a muy pocos la duda de que los dominicanos pudieran sostener la independencia que habían proclamado y la integridad de su territorio”.
La Batalla del 30 de Marzo de 1844 aconteció once días después de que los haitianos fueran rápidamente vencidos en el enfrentamiento escenificado en Azua.
“El 30 de marzo, a la una de la tarde, las tropas haitianas se lanzaron al asalto. Duró la lucha más de cuatro horas sin que cayera la ciudad”, relató el historiador haitiano Jean Mars-Price.
De acuerdo con el general José María Imbert, designado el 27 de marzo para dirigir las operaciones, el enemigo se había formado en dos columnas, de cerca de dos mil hombres cada una.
El viernes 29 de marzo las tropas haitianas, dirigidas por Pierrot, se hallaban en la entrada de Santiago. Por camino de Mao, cerca del Alto del Yaque, se dividieron en dos grupos: la columna de la izquierda, dirigida por St. Louis, enfiló hacia La Herradura, y la de la derecha, mandada por el propio Pierrot, cruzó el río al norte de La Herradura para dirigirse hacia Navarrete, por Cuesta Colorada, y se estacionó en la confluencia del río Gurabo con el Yaque, en la zona donde termina la sabaneta de Santiago.
Antes de que se libraran las contiendas había temor de que se produjera una victoria haitiana en Santiago, que revitalizara a los extranjeros, derrotados en la Batalla el 19 de Marzo, por lo cual la predecible lucha del norte sería determinante para encauzar el destino de la nueva República Dominicana.
Rápidamente, los dominicanos se prepararon para la pelea del Cibao, y el día 29 el general Imbert ordenó a Pelletier que saliera de San Francisco de Macorís, en la mañana del siguiente día, frente a 400 hombres de infantería y 100 efectivos de caballería para montar un campamento avanzado.
Los criollos se atrincheraron la entrada de Santiago y construyeron fosos para que los usaran los fusileros en los fuertes Dios, Patria y Libertad, donde distribuyeron combatientes y colocaron tres piezas de pequeño calibre.
Además, dejaron la fortaleza San Luis como centro de retaguardia, con las tropas del general Francisco Antonio Salcedo y ubicaron milicias en lugares estratégicos de la ciudad.
Los observadores de la posición militar de Pierrot se maravillaban de “la ingenuidad” con la cual este había caído en una posible trampa, ya que le habían organizado una defensa en su frente y en sus espaldas, los efectivos de la Línea Noroeste, Puerto Plata y la sierra.
De acuerdo con Price-Mars, las pérdidas totales del ejército haitiano, antes que pudiera atravesar el Masacre y llegar al Cabo Haitiano, se estimaron entre muertos y heridos, en alrededor de setecientos hombres.
A la valerosa dominicana Juana Trinidad, conocida como “Juana Saltitopa” o “La coronela”, se le atribuye haberle dado una valiosa ayuda a las mesnadas criollas, a fin de que pudieran vencer a los haitianos en la Batalla del 30 de Marzo.
Entre los enfrentamientos, la criolla, nacida en Jamao, desempeñó el rol de “aguatera”, ya que se encargaba de asistir a las tropas para refrescar los cañones” y saciar la sed de las milicias. También se le atribuye haber realizado labores de enfermera.
A la criolla, nacida en 1815, se le consideraba una mujer extrovertida y enérgica. Se ha escrito que se ganó el sobrenombre de “Saltitopa” porque gustaba trepar a los árboles y saltar de rama en rama.
De José María Imbert, general comandante deI distrito y de las operaciones de Santiago
Al General Pierrot, comandante en jefe del ejército haitiano deI Norte
General:
Acabo de recibir una nota de usted, fechada este día.
Aprecio debidamente los motivos que le han determinado 14 a retirarse. Siempre justa, siempre firme y generosa, la República Dominicana no fomentara una guerra civil de exterminio, aunque su éxito a nuestro favor no pueda ponerse en duda. Siempre dispuesta a considerar y a reconocer como amigos y como hermanos a los haitianos deI Norte, nuestra República, Estado libre e independiente, será animada por sentimientos fraternales muy sinceros para con ellos y estará siempre dispuesta a firmar con los mismos varios tratados de comercio y de amistad. Pero si se trata de encadenarla nuevamente, la República protesta en presencia de Dios que la protege visiblemente. Tanto es así que, antes de someterse al yugo haitiano, hará en modo que no queden a la disposición de sus crueles opresores sino cenizas y escombros. Además, le advierto, general, que usted no puede considerar como terminadas las hostilidades entre dominicanos y haitianos mientras sigan presos algunos dominicanos detenidos en cierta parte de la República haitiana.
Cuente, general, con la grandeza, la justicia y la buena fe de la República Dominicana para que al mismo tiempo que nos sean entregados, con salvoconducto, nuestros compatriotas, los haitianos se vean inmediatamente tratados de la misma manera.
Le hago notar que los prisioneros haitianos que se encuentran en nuestras manos han sido invariablemente tratados con generosidad. El general Morisset y otros oficiales superiores actualmente detenidos en Santo Domingo no están presos, sino simplemente custodiados en casas particulares y disfrutan deI mejor trato posible. Mucho lamento que los nuestros que se hallan en poder de ustedes sean tratados de distinta manera. Lamento asimismo que se preocupe usted por sus heridos. Serán tratados, con cuidado y humanidad
Firmado: J. M. Imbert.