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lunes, septiembre 30, 2024

Huella ecológica dominicana: “Estamos usando una tarjeta de crédito sin tener con qué pagar”

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La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible plantea mirar todas las metas de desarrollo y crecimiento de la humanidad desde una mirada holística, trabajando y sacando provecho de los logros obtenidos de todas las agendas que han venido desarrollándose.

Pero este desarrollo integral no es posible lograrlo si no se toma en cuenta el tema ambiental, considera la bióloga María Eugenia Morales, responsable de la Unidad de Sostenibilidad Ambiental y Resiliencia del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en República Dominicana.

Morales destaca que para el año 2011, el Informe sobre Desarrollo Humano elaborado por el PNUD enfocado en el desarrollo sostenible sistematizaba los logros de los últimos 20 años y planteaba hacia dónde iban las metas, destacaba los logros conseguidos en temas relacionados con la pobreza y el crecimiento económico y apuntaba que, de mantenerse las tendencias, en 20 o 30 años los países más pobres podrían estar en la situación que están hoy los países de renta media.

Pero también planteaba el informe, señala Morales, que ese crecimiento se logró a expensas de la sostenibilidad ambiental y de la desigualdad, “porque estamos viviendo en un mundo más desigual y también con amenazas que hasta ahora eran como etéreas, lejísimas, como el cambio climático”.

¿Por qué se da esta situación? Porque los países con desarrollo humano más alto normalmente tienen un pasivo ambiental o una huella ecológica muy alta debido a que han hecho un uso no sostenible de los recursos naturales, apunta.

Indica que República Dominicana, por ejemplo, no está mal con respecto a la media mundial.
“Estamos dentro de lo que es la biodisponibilidad con respecto al planeta Tierra. Sin embargo, si nos miramos dentro de nosotros mismos como punto de referencia, nuestra huella ecológica es casi tres veces superior a lo que es la biodisponibilidad”.

La biodisponibilidad, explica, se refiere a la superficie en hectáreas (o cualquier unidad) que un individuo, una empresa, una ciudad o un país necesita para desarrollar todas sus actividades, generar la materia prima para vivir y para los servicios ecosistémicos que permiten desarrollar nuestras actividades.

¿Servicios ecosistémicos? “Es tener agua cuando abrimos la llave, no ser vulnerables cuando vienen los ciclones porque las cuencas las tenemos forestadas y no hay que desalojar gente; es tener una buena oferta turística (los paisajes que ofrecemos a los turistas son servicios ecosistémicos) y tener también la superficie donde se procesan a nivel industrial los distintos productos que utilizamos. Y también se trata de la superficie donde vivimos y de la superficie donde van los desechos que producimos”.

Entonces, ¿cuál es el problema?, se pregunta.

“Nosotros estamos, como individuos, como sociedad y como país, utilizando tres veces, digamos, la disponibilidad de los recursos que tenemos. Nuestra huella ecológica es casi tres veces mayor. Lo que está sucediendo es que estamos usando, yo digo, una tarjeta de crédito sin tener con qué pagar, porque si pusiéramos en el mismo momento y en la misma superficie todo lo que se hace a nivel de individuo, de empresas y de sociedad, estamos consumiendo recursos de los que no disponemos”.

¿QUÉ HACER?

El gran desafío, considera entonces la bióloga, es hacer visible este reto ambiental y reflexiona en ello desde una perspectiva filosófica personal: “En nuestra cultura, o en la cultura del mundo de desarrollo en la que vivimos, entendemos los recursos naturales y los servicios que nos dan los recursos naturales como ‘disponibles’, es decir, cuando se hace un modelo de negocio o cuando se planifica una determinada inversión, eso se asume como disponible. La gente que trabaja en teoría económica les llama bienes públicos, que son de todos pero no son de nadie. Entonces, no entran en las cuentas de cuánto es el costo real de poder disponer o utilizar de manera sostenible un determinado recurso”.

Plantea que eso, de algún modo, invisibiliza el problema, porque el bien está, y es para usarlo.

“Claro que es para usarlo, porque ¿para qué conservamos, para quiénes son? Para nosotros como humanidad, pero el tema es cómo lo usamos para seguir disponiendo de todo eso”.


Eladia Gesto, coordinadora de Conservación de la fundación Propagás; la bióloga argentina María Eugenia Morales y la bióloga dominicana Yvonne Arias, en el Encuentro Verde de Listín Diario. ©Raúl Asencio/LD

María Eugenia destaca como un logro maravilloso de República Dominicana algo que pocos países de Latinoamérica hicieron: mejorar su cobertura forestal.

“En el resto de los países de Latinoamérica la tendencia ha sido al revés, lo que ha habido es una pérdida de cobertura forestal. Una dice: ‘maravilloso, hemos logrado esa meta’. Y si miramos la meta de la estrategia nacional de desarrollo, se logró esa, es cierto, y eso hay que saludarlo y reconocerlo. ¿Cuál es el desafío ahora, que también es el desafío con muchas metas de los Objetivos de Desarrollo del Milenio? Bueno, ya logramos la cantidad, ahora hay que mirar la calidad”.

Lo dice -y sostiene- porque no es lo mismo tener un bosque solo de pinos o de acacia mangium, bosques de una sola especie o una plantación forestal, a tener un bosque “que cuando te metes dentro tengas que abrirte paso porque hay enredaderas, dos y tres niveles de árboles de distintas alturas, donde hay todo un ecosistema y una fauna asociada, bosques esponja porque de algún modo atrapan la humedad y ayudan al flujo del agua”.

Otra reflexión que ofrece es pensar dónde ubicar esos bosques y qué características deben tener, así como dejar que se recuperen sitios que se han perdido.

Fuera de las áreas protegidas, asegura, hay que pensar en las lomas y el tipo de cobertura que se quiere tener allí, “porque ahí vive gente que tiene que producir y generar beneficios económicos”.

“Pero hay criterios agronómicos de distintas índoles: qué tipo de cultivos se pueden mantener en los sitios con más pendientes y qué plantar en los sitios con menos pendientes, sitios donde yo también pueda mirar un paisaje desde arriba y decidir cómo logro esa conexión. Si vamos a las lomas del sur, subiendo por Baní, o en la cuenca alta del Sur, cuesta ver esa conexión”.

Y es importante también priorizar, dice.

“En muchas lomas de este país, cuando uno ve cobertura, dentro lo que ve es café; entonces, cómo siembro ese café para que dé el beneficio económico y con qué lo combino para poder mantener esa cobertura, porque si es una montaña hay que mantener el beneficio ambiental”.

DESAFÍOS

En términos de cobertura, si “logramos cantidad, ahora pensemos en calidad”, comenta Morales.

Si de los pocos sitios en el país que cuentan con algún tipo de ordenamiento están las áreas protegidas, Morales considera que hay que seguir fortaleciéndolas y mejorando la conservación dentro y fuera de ellas: “Pensar en cómo mejoramos las condiciones para que las personas que vivan en esos sitios puedan vivir una vida digna, puedan generar beneficios económicos y también asegurar que se mantengan los servicios de agua, de seguridad ante desastres naturales, los paisajes y la captura de carbono”.

La conservación da paso, entonces, a otro de los grandes desafíos que tiene República Dominicana: el ordenamiento del territorio.

“Siempre me enfoco en el tema de que no tenemos un planeta ‘b’. El concepto de la huella ecológica es un indicador sencillo para tomar el pulso de dónde estamos como individuos, como sociedad, como país y como humanidad. De un modo muy concreto nos dice la relación entre el patrón de consumo que tenemos y la biodisponibilidad de recursos para poder vivir y hacer todo lo que tenemos que hacer. Las respuestas tienen que ir de distintos lados, por un lado, cómo produzco y cómo consumo de manera sostenible, o sea, no puedo producir y utilizar más de lo que tengo”.

La otra cara de eso es exactamente asegurarse de mantener una base de recursos naturales y de servicios (que dan los ecosistemas) que permitan hacer todo eso.

“Como individuo, como consumidor, tengo que ser consciente, porque si sigo pidiendo o comprando productos que se manufactura de manera no sostenible o en cantidades no sostenible; o si yo dispongo mis residuos de modo inapropiado, estoy haciendo mal como individuo; pero la otra cara es que necesito tener la materia prima, y eso tiene que ver con la conservación”.


Hay muchas formas de medir la huella ecológica de un individuo, una empresa o una ciudad. Si te interesa el tema, ingresa a www.footprintsnetwork.org/

REFLEXIONES

Yvonne Arías, coordinadora del Encuentro Verde: “El asunto de los bienes públicos hace que hoy día no se entienda bien el papel del bosque nublado en la captación de agua, y que el bien disponible sea usado por empresas, por ejemplo, para venderte el agua directamente o la energía que produce el agua o para hacer agricultura a costa de esa agua, incluso en detrimento de los demás”.

Eladia Gesto, de la Fundación Propagás: “La palabra conservación se puede haber visto de una manera romántica y la conservación no es una opción, es una obligación. Los sistemas productivos no pueden operar de espaldas a los sistemas ecológicos. Hay una  dependencia directa que se traduce en conservación como base para el desarrollo. Aquí suele pensarse en la producción como algo independiente y a espaldas de los sistemas ecológicos”.

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