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domingo, noviembre 24, 2024

La sal de la tierra, un documental inolvidable

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Conocí la obra de Sebastião Salgado (Bra­sil, 1944) du­rante una ex­posición sobre uno de sus últimos proyectos fotográ­ficos: “Génesis”. Sus foto­grafías mostraban locali­zaciones recónditas, tribus indígenas que seguían vi­viendo como hace miles de años, animales salva­jes… un mundo muy an­terior a la civilización. Sin saberlo aún, este proyecto era la evolución de un fo­tógrafo que a lo largo de su vida había retratado la cara más horrible del ser humano.

En el documental “La sal de la tierra” (2014) di­rigido por Wim Wenders y codirigido por Juliano Ri­beiro Salgado, se realiza una retrospectiva de toda su carrera, desde los ini­cios hasta sus proyectos de madurez, acompañándolo en alguno de sus trabajos y conociendo su opinión acerca de los sucesos que a lo largo de su carrera re­gistró con su cámara.

Aún bastante jóvenes, Salgado y Lélia Wanick se

mudaron a París, don­de él finalizó sus estudios en economía y donde po­co después, entraría a tra­bajar para la organización internacional del café. La primera fotografía que to­mó, fue con una pequeña cámara que había com­prado Lélia. Durante un viaje a África para realizar estudios de mercado, la llevó consigo y a la vuelta, volvió cargado de fotogra­fías. Ya entonces supo que su vida giraría en torno a la fotografía.

Invirtieron todos sus ahorros en material y equipo fotográfico. Con el nuevo equipo, la pare­ja se embarcó en un viaje a África, a Níger, donde Salgado tomaría sus pri­meras fotografías profe­sionales en un campa­mento de refugiados en el que repartían alimen­tos. A la vuelta, decidie­ron el primer gran pro­yecto que afrontaría: “Otras Américas” (1979 – 1981), en el cual, el fo­tógrafo recorrería países sudamericanos retratan­do pueblos perdidos, con tradiciones arraigadas y una cultura local única. Mientras él viajaba, Lé­lia era quien contactaba con la agencia, con gale­ristas, y quien realizaba el trabajo de edición de las fotografías para libros y exposiciones.

En 1981 vuelven a Bra­sil. Allí, Salgado se embar­ca en un viaje que duran­te seis meses lo lleva por todo el nordeste del país, donde existía un alto por­centaje de mortalidad in­fantil y una gran pobreza debido a la sequía. A me­nudo, retrata a gente que abandona un lugar yer­mo, y que se dirige a la ciudad, a la búsqueda de un futuro mejor.

Pero es en el siguien­te proyecto “Sahel, el final del camino” (1984 – 1986) donde asiste a una mise­ria que no hubiera ima­ginado jamás, personas desnutridas que habitan campamentos de refugia­dos donde la falta de comi­da es la principal causa de muerte.

En 1986 visita la mina de oro de Serra Pelada, situa­da en la región de Pará en Brasil. Por entonces, la mi­na es un enorme agujero caótico, donde se hacinan 50.000 mineros que ansían encontrar una buena can­tidad de oro que cambie el devenir de sus vidas: «los hombres, cuando empie­zan a tocar el oro, no vuel­ven a ser lo que eran».

En el siguiente proyec­to, “Trabajadores” (1986-1991), emprende un viaje, nuevamente alrededor del mundo, para retratar todo tipo de oficios y a las perso­nas que lo desempeñan. En 1991, en cuanto se produ­cen los incendios petroleros en Kuwait causados por las tropas iraquíes en retirada, se desplaza hasta allí, pa­ra documentar con imáge­nes los enormes incendios, el humo y todo el desastre generado.

En “Éxodo” (1993-1999) se centra en retra­tar los grandes movimien­tos de poblaciones debido a las guerras, invasiones, pobreza… Viaja por paí­

acción

ses como la India, Irán, Palestina, pero sobre todo por Ruanda, donde retrató los grandes desplazamien­tos de la población Tutsi, y posteriormente de la po­blación Hutu. El genocidio ruandés cosechó millones de vidas, y los que pudie­ron huir se encontraban en un estado lamentable. En los campamentos pro­liferaban enfermedades como la malaria y causa­ban entre 12.000 y 15.000 muertes cada día. Salga­do, fotografiaba todo lo que veía, pero no podía evitar el sufrimiento de ver toda aquella tragedia: «cuántas veces tiré al suelo la cámara, para llorar». Al volver se sentía vacío, ago­tado, destrozado por to­do lo que había visto: «so­mos un animal muy feroz, somos un animal terrible nosotros los humanos, sea aquí en Europa, sea en África, en Latinoamérica, donde sea: nuestra violen­cia es extrema».

Agotado tras años de re­tratar la cara más destructi­va del ser humano, Salgado se siente hastiado de su tra­bajo. Por entonces reciben en herencia el terreno fa­miliar, terreno que en su ni­ñez era un bosque, pero que por entonces es un lugar se­co y yermo. Su mujer Lélia, tiene la fabulosa idea de re­plantarlo. Fundan el insti­tuto

“Terra” que tiene como objetivo la preservación del medio ambiente. Juntos, emprenden la titánica ta­rea de replantar las 17.000 hectáreas de extensión que ocupa el terreno, hasta vol­verlo a su hábitat natural: el bosque atlántico brasileño. Esto les llevará una década y tras esta experiencia, Sal­gado se plantea dar un giro radical en su carrera foto­gráfica, surgiendo un nue­vo proyecto sobre la natura­leza. La idea no es realizar una denuncia de la destruc­ción de los ecosistemas o un alegato contra la contami­nación, sino mostrar la na­turaleza en su estado natu­ral, una naturaleza anterior al hombre civilizado, un ho­menaje. Para ello tiene que reinventarse, tiene una bas­ta experiencia en el fotope­riodismo, pero nunca se ha dedicado a la fotografía de paisajes, por lo que tiene que volver a empezar. Pe­ro es una oportunidad úni­ca y se lanza a ello, viaja a lo largo y ancho del mun­do tomando fotografías de la naturaleza, de animales y tribus de seres humanos, construyendo ese canto a la naturaleza que es Génesis: «Durante 8 años, tuve tiem­po de ver y entender lo más importante: que soy tan na­turaleza como una tortuga, como un árbol, como una

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