Conocí la obra de Sebastião Salgado (Brasil, 1944) durante una exposición sobre uno de sus últimos proyectos fotográficos: “Génesis”. Sus fotografías mostraban localizaciones recónditas, tribus indígenas que seguían viviendo como hace miles de años, animales salvajes… un mundo muy anterior a la civilización. Sin saberlo aún, este proyecto era la evolución de un fotógrafo que a lo largo de su vida había retratado la cara más horrible del ser humano.
En el documental “La sal de la tierra” (2014) dirigido por Wim Wenders y codirigido por Juliano Ribeiro Salgado, se realiza una retrospectiva de toda su carrera, desde los inicios hasta sus proyectos de madurez, acompañándolo en alguno de sus trabajos y conociendo su opinión acerca de los sucesos que a lo largo de su carrera registró con su cámara.
Aún bastante jóvenes, Salgado y Lélia Wanick se
mudaron a París, donde él finalizó sus estudios en economía y donde poco después, entraría a trabajar para la organización internacional del café. La primera fotografía que tomó, fue con una pequeña cámara que había comprado Lélia. Durante un viaje a África para realizar estudios de mercado, la llevó consigo y a la vuelta, volvió cargado de fotografías. Ya entonces supo que su vida giraría en torno a la fotografía.
Invirtieron todos sus ahorros en material y equipo fotográfico. Con el nuevo equipo, la pareja se embarcó en un viaje a África, a Níger, donde Salgado tomaría sus primeras fotografías profesionales en un campamento de refugiados en el que repartían alimentos. A la vuelta, decidieron el primer gran proyecto que afrontaría: “Otras Américas” (1979 – 1981), en el cual, el fotógrafo recorrería países sudamericanos retratando pueblos perdidos, con tradiciones arraigadas y una cultura local única. Mientras él viajaba, Lélia era quien contactaba con la agencia, con galeristas, y quien realizaba el trabajo de edición de las fotografías para libros y exposiciones.
En 1981 vuelven a Brasil. Allí, Salgado se embarca en un viaje que durante seis meses lo lleva por todo el nordeste del país, donde existía un alto porcentaje de mortalidad infantil y una gran pobreza debido a la sequía. A menudo, retrata a gente que abandona un lugar yermo, y que se dirige a la ciudad, a la búsqueda de un futuro mejor.
Pero es en el siguiente proyecto “Sahel, el final del camino” (1984 – 1986) donde asiste a una miseria que no hubiera imaginado jamás, personas desnutridas que habitan campamentos de refugiados donde la falta de comida es la principal causa de muerte.
En 1986 visita la mina de oro de Serra Pelada, situada en la región de Pará en Brasil. Por entonces, la mina es un enorme agujero caótico, donde se hacinan 50.000 mineros que ansían encontrar una buena cantidad de oro que cambie el devenir de sus vidas: «los hombres, cuando empiezan a tocar el oro, no vuelven a ser lo que eran».
En el siguiente proyecto, “Trabajadores” (1986-1991), emprende un viaje, nuevamente alrededor del mundo, para retratar todo tipo de oficios y a las personas que lo desempeñan. En 1991, en cuanto se producen los incendios petroleros en Kuwait causados por las tropas iraquíes en retirada, se desplaza hasta allí, para documentar con imágenes los enormes incendios, el humo y todo el desastre generado.
En “Éxodo” (1993-1999) se centra en retratar los grandes movimientos de poblaciones debido a las guerras, invasiones, pobreza… Viaja por paí
acción
ses como la India, Irán, Palestina, pero sobre todo por Ruanda, donde retrató los grandes desplazamientos de la población Tutsi, y posteriormente de la población Hutu. El genocidio ruandés cosechó millones de vidas, y los que pudieron huir se encontraban en un estado lamentable. En los campamentos proliferaban enfermedades como la malaria y causaban entre 12.000 y 15.000 muertes cada día. Salgado, fotografiaba todo lo que veía, pero no podía evitar el sufrimiento de ver toda aquella tragedia: «cuántas veces tiré al suelo la cámara, para llorar». Al volver se sentía vacío, agotado, destrozado por todo lo que había visto: «somos un animal muy feroz, somos un animal terrible nosotros los humanos, sea aquí en Europa, sea en África, en Latinoamérica, donde sea: nuestra violencia es extrema».
Agotado tras años de retratar la cara más destructiva del ser humano, Salgado se siente hastiado de su trabajo. Por entonces reciben en herencia el terreno familiar, terreno que en su niñez era un bosque, pero que por entonces es un lugar seco y yermo. Su mujer Lélia, tiene la fabulosa idea de replantarlo. Fundan el instituto
“Terra” que tiene como objetivo la preservación del medio ambiente. Juntos, emprenden la titánica tarea de replantar las 17.000 hectáreas de extensión que ocupa el terreno, hasta volverlo a su hábitat natural: el bosque atlántico brasileño. Esto les llevará una década y tras esta experiencia, Salgado se plantea dar un giro radical en su carrera fotográfica, surgiendo un nuevo proyecto sobre la naturaleza. La idea no es realizar una denuncia de la destrucción de los ecosistemas o un alegato contra la contaminación, sino mostrar la naturaleza en su estado natural, una naturaleza anterior al hombre civilizado, un homenaje. Para ello tiene que reinventarse, tiene una basta experiencia en el fotoperiodismo, pero nunca se ha dedicado a la fotografía de paisajes, por lo que tiene que volver a empezar. Pero es una oportunidad única y se lanza a ello, viaja a lo largo y ancho del mundo tomando fotografías de la naturaleza, de animales y tribus de seres humanos, construyendo ese canto a la naturaleza que es Génesis: «Durante 8 años, tuve tiempo de ver y entender lo más importante: que soy tan naturaleza como una tortuga, como un árbol, como una