No es un tema frecuente, pero sí es un problema recurrente. La definición de diarrea tiene relación con la consistencia (líquida, blanda, suave), la frecuencia (ej. más de 3 deposiciones por día), la cantidad (más de 200 gramos por día) o la presencia de síntomas (ej. dolor abdominal).
La tendencia general es a que los pacientes la relacionen con la consistencia (mayor presencia de agua), sin embargo, resulta importante analizarlo desde una óptica menos simplista tomando en cuenta la importancia de una detallada información clínica que nos oriente a un adecuado diagnóstico.
Las causas son múltiples, existiendo patrones agudos o crónicos (dependiendo de la duración) que de acuerdo con algunas revisiones científicas (AGA, 1999 y UEG, 2015) se podría clasificar como “diarrea crónica” cuando las evacuaciones frecuentes, con cambios en la consistencia superan las cuatro (4) semanas de duración.
Contamos con una clasificación o escala, que en función de las características específicas en las heces (Escala de Bristol), representa la forma más objetiva de identificar si se encuentra en un proceso diarreico o algún otro trastorno.
El modo de tratamiento dependerá de la causa, siendo desde la óptica aguda, la causa infecciosa la más frecuente (ej. bacterias, virus o parásitos). El médico responsable decidirá si existe necesidad o no de utilizar terapia medicamentosa.
En caso de encontrarnos ante un cuadro agudo o crónico, debemos realizarnos dos preguntas importantes:
1. ¿Cómo evito deshidratarme?
2. ¿Qué podríamos consumir para reducir la frecuencia de evacuaciones?
La respuesta a la primera es que la deshidratación es uno de los marcadores de gravedad y criterio de hospitalización, por lo que la utilización de soluciones de rehidratación oral (SRO) es una herramienta de apoyo por su aporte de sales y glucosa. La dosis dependerá de las deposiciones, si ocurre en infantes o en adultos y del estado de deshidratación, pues ante deshidrataciones severas, la hidratación intravenosa deberá ser el modo de tratamiento.
La respuesta a la segunda es que una dieta “astringente”, es el nombre concedido a una alimentación que pretende limitar el movimiento intestinal, promover el estreñimiento y contribuir a evitar la deshidratación. Se trata de un aporte bajo en fibras, bajo en grasas, que consiste principalmente en cereales como arroz blanco (no integral), pan blanco, pastas o galletas no integrales, así como, carnes magras (ej. pollo, pavo, filete de cerdo a la plancha o vapor), papas, plátano, zanahorias hervidas, agua con limón. ¿Qué debe evitarse? El uso de embutidos, verduras (ej. brócoli, coliflor, repollo), frutas frescas, carnes grasas (res, pato, vísceras), legumbres, frituras y lácteos. Debemos evitar el “autotratamiento” (tomar decisiones propias) en cuanto al uso de antibióticos, antiparasitarios o tisanas como principal manejo curativo para evitar complicaciones que pudieran ser fatales. l