Casi ocho meses después del devastador impacto del huracán Michael en el noroeste de Florida, muchos sienten que el ciclón sigue destrozando sus vidas y dicen no estar preparados para la amenaza que supone la nueva temporada de huracanes. Estas fechas llenan de temor a quienes lo perdieron todo menos la vida.
El huracán, de categoría 5, tocó tierra el 10 de octubre de 2018 con vientos de 259 kilómetros por hora y elevó el nivel del mar de hasta 4,2 metros.
La amenaza de semejante inundación obligó al pastor de la Primera Iglesia Metodista Unificada de Port St. Joe, Geoffrey Lentz, a abandonar su rectoría y templo, situado a escasos metros del mar, dejando atrás biblias que le había legado su abuelo, que también era párroco, entre otras muchas pertenencias.
Cuando regresó, pasados unos días, no podía creer que su casa se hubiera “disuelto” como un azucarillo en el agua, y tampoco sospechaba que los tareas de reconstrucción no empezarían hasta ocho meses después.
“Michael no se ha acabado”, dice el religioso sobre una comunidad que sigue sintiendo “mucho dolor y sufrimiento” y que ha perdido entre un 20 y 30 % de sus 400 feligreses, pues muchos tuvieron que mudarse al ver sus casas destruidas y no pueden alquilar una nueva por la escalada de precios que vive la zona ante la falta de oferta.
Coincide con él Ali Wiggins, una maestra que vive en Marianna, lejos de la costa pero por donde también pasó el ojo del huracán. No están preparados para una nueva temporada de ciclones. “No hemos sobrevivido todavía al último huracán y, de ninguna forma, estamos listos para otro ciclón en un futuro cercano”, dice a Efe la mujer, que siente que Michael no ha terminado de pasar. Sus efectos aún son evidentes y dolorosos.