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sábado, noviembre 23, 2024

El día en que todos los santos se me cayeron de los altares»

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Cuando me enteré de este nuevo caso de pedofilia por parte de un religioso, hablé con la persona que la llamó a usted para contarle todo lo que he sufrido desde aquel día en que se me cayeron todos los santos de sus altares. Lo hago porque tal vez así se toma consciencia de lo que esto significa”.

De esta forma comienza a narrar su desgarradora historia, un hombre hoy de 33 años que a los 12 pasó a formar parte de la lista de menores víctimas de abuso sexual por parte de quien para ellos, más que un sacerdote era su profesor, su amigo y su confidente.

De la primera vez que fue abusado hace 21 años. Fue en 1997. Hoy al contar los detalles de aquel, su peor día, no puede evitar revivir el momento. Se hizo necesario esperar a que se desahogara mediante el llanto para contar la historia de principio a fin. El hombre que al inicio recibió al equipo de LISTÍN DIARIO con tanta fortaleza, ahora se desvanece, pero según cuenta entre sollozos, porque estos casos siguen sucediendo sin mayor prevención. Lo motiva el reciente hecho del joven que acusa a fray Miguel Bienvenido Florenzán Ulloa, quien fue director del Colegio Agustiniano, de La Vega.

“Yo creo en Dios, creo como nadie, pero llevo las marcas de la violación de un cura, y no puedo evitar recordarlo en cada momento de mi vida”, exclama mientras da sendos puñetazos a la mesa del comedor donde desvelaba su más íntimo secreto.

Está dispuesto a decirlo todo. “Ese día que él abusó de mí por primera vez, recuerdo que yo llegué de la escuela y hasta con el uniforme me fui a la cancha que estaba cerca de la iglesia. Desde que me vio me dijo: ‘Hola, tú estás grandecito ya, ahora debes venir más seguido a la iglesia. Dios está primero’. Le contesté que tenía razón. Me mandó a guardarle unos libros en su oficina, y no llegué bien, cuando ya él estaba detrás de mí”, respira profundo para tomar aire y dejar explotar la bomba de emociones que lleva dentro hace 21 años.

Prosigue su relato. Esta vez recordando al niño que quedó sepultado en aquella oficina religiosa. “Dios mío, me acuerdo como ahora. Me engañó como al muchachito que yo era, me quitó mi inocencia, se aprovechó de mí y de la confianza que le tenía mi familia”, llora, y lo hace por un largo rato.

Sociedad podrida
La persona que hoy comparte su secreto con los lectores de LISTÍN DIARIO estudió Mercadeo y Ventas. Se expresa muy bien y tiene una noción muy clara de lo que es una “sociedad podrida” como define a esta en la que vive hoy día.

Estos datos introductorios se ofrecen para de algún modo apaciguar el impacto que pueda causarle el saber lo que ahora cuenta la víctima. “Él sabía que me gustaban unos bizcochitos que vendía en el colmado de la esquina, y me dijo: ‘entra para que veas lo que te guardé. Yo hace días que te estoy chequeando que estás flaco’. Entré, y de una vez comenzó a pasarme la mano por el cuello, me hizo que le tocara su parte para que me diera cuenta que estaba así por mí. Me bajó los pantalones caqui de la escuela, me pidió que me volteara y ya usted debe imaginarse el resto”, recurre al llanto, pero esta vez lo hace para ocultar su vergüenza.

Había que preguntarle que si protestó, intentó escapar, gritó, o algo que diera respuesta a su reacción ante este asqueroso acto.

“Claro que le dije que no, que no, pero me agarró fuerte. Él es un hombre corpulento y yo era apenas un niño de 12 años con menos de 90 libras”, responde con propiedad.

Obviamente, es incómodo contar este tipo de historia, pero él no se detiene. Está dispuesto a aportar para que pare de una vez por todas esto que según dice, parece la ciudad de “Sodoma y Gomorra”.

La segunda vez
“Duré mucho para volver a la cancha, a la iglesia y a todos los sitios en que pudiera encontrarlo. Me sentía sucio, y aun no le había contado nada a nadie hasta que un día, uno de mis amiguitos, un año mayor que yo, me vio y me dijo: ‘yo sé por qué tú no vas a la cancha. Él me hace lo mismo a mí y un par más de los muchachos. Apuesto a que te amenazó’. A eso le respondí que sí, pero que no quería verlo”, se toma otros minutos. Esta vez no llora, pero deja claro que su mente se pasea por los amargos recursos.

Continúa: “Mi amigo me sugirió que volviera, que si no, se atrevía a hacerme daño. Por suerte fui dos veces a jugar y no estaba ahí. Creí que tenía vergüenza. Cuando fui la tercera vez, llegó como a la hora de yo haber llegado. Le voy a decir una cosa, pero no se burle: yo hasta me oriné en los pantalones cuando iba acercándose adonde yo estaba”, hace silencio.

“Tengo que seguir”, se promete. “Me saludó como si nada y me dice que lo acompañe a arreglar unas flores que hay boda en la noche. Le puse como excusa que tenía que irme porque andaba sin permiso. ‘Es viernes, tú no tienes clase mañana’, me contestó ese sinvergüenza. Me llevó para un cuartito que había en la iglesia y volvió a abusar de mí. Lo hizo con furia y cuando terminó su acto, me dijo: ‘aprenda a respetar, que a los adultos no se les huye’. Me puse llorar y me obligó a que me calmara para que no me vieran así, y que no saliera hasta que él me dijera. Se entró a bañar, se vistió y se puso su sotana para leer la palabra que correspondía para la boda. Al rato me dijo que me fuera y me reiteró su amenaza de que yo sabía lo que me pasaba si hablaba”, dice cabizbajo.

Aunque la primera vez llegó a su casa, se bañó y se acostó cerca de las 8:00 de la noche, esta vez no pudo hacerlo. Su madre le estaba esperando para castigarle por haber llegado tarde.

“Saliste a las 2:00 de aquí y ya son las 7:00 y pico y ahora es que llegas”, eso cuenta que le recitaba su progenitora mientras él apuraba el paso para entrar y deshacerse del aquel pecado que había depositado sobre su inocencia el sacerdote al que todos iban a ver celebrar las misas más carismáticas de las que habían participado.

“Ella no se había dado cuenta de que yo tenía como un mes que no era el niño risueño, atento, que hacía mandado a las vecinas, y que tal vez no tenía las mejores notas de la escuela, pero que siempre estaba al día con sus tareas. Mi papá siempre trabajando, y ella en la iglesia ¡adorando a su sacerdote favorito! Sin saber que ese dios que ella idolatraba abusaba de su hijo, del de su vecina, del de su primaÖ”, en este momento un evidente dolor deja claro su resentimiento.

 Ya era costumbre
Cuando el protagonista de esta historia no iba a la iglesia o a la cancha, su verdugo iba por él. Se inventaba tareas de la parroquia en las que necesitaba a “mis muchachos” como solía llamarle a lo que guardando la distancia, tenía como harén.

“Era un pervertido y al parecer no le importaba que la pedofilia se paseara por la iglesia sabiendo el gran pecado que es. Para entonces nosotros no le teníamos nombre a tal abuso, pero sí teníamos claro de que no estaba bien lo que hacía. El silencio era lo que nos protegía de la furia que sabíamos que había debajo de esa sotana. Mire, yo se lo digo a usted, ese se atrevía a matarnos si decíamos algo. Solo lo evitaba el que las autoridades lo agarraran antes. Ese es el mismísimo Satanás”, en esta ocasión habla con énfasis y se desabotona la camisa como si quisiera pelearse con el pasado.

Esta situación duró un buen tiempo. El respiro que tenían sus víctimas se debía a que el “puritano” alternaba a los menores según su lujuria.

“Había momentos en los que le cogía con uno de los amiguitos míos, y otros conmigo y así… Ese desgraciado bebía cervezas, jugaba en la cancha con nosotros, y lo peor, es que todo el mundo lo quería y lo respetaba. Todo lo que pasaba en el barrio se lo contaban para que él diera su visto bueno o su consejo”, recuerda haciendo una mueca que según la interpretación dada significa algo no muy halagador.

Y LA FAMILIA? 
Aunque no ha podido formar una familia estable, tiene un hijo de cinco años a quien no le pierde “ni pie ni pisá” para evitar que pase por una amarga experiencia como él. “Vamos a la iglesia, porque los traumas que me generaron esas violaciones no me han hecho perder mi fe. Es más, ni siquiera he dejado de creer en que hay sacerdotes serios y que sí tienen el don de la evangelización”, dice con una fortaleza digna de admirar. Solo su madre sabe su historia. No da más detalles.

Trabaja en su carrera, pero no le cuenta su vida a nadie. No por vergu¨enza, dice. “Porque en tal caso yo soy una víctima, pero no me gusta que me tengan pena ni que hablen de mí mientras voy pasando.

Esta es una sociedad cruel, y no te niego que aunque me he tratado aun tengo mis miedos, mis dudas, mi duelo…”, asegura con tristeza.

Sobre sus compañeros
Se ha enterado de que algunos de aquellos amigos, víctimas como él, tampoco han sanado por completo. De los cuatro que conoce, solo uno ha podido formar una familia y tiene dos niñas. De otro, sabe que es homosexual y que tiene su pareja. “También me dijeron, no estoy seguro, que éste mismo, trató de suicidarse cuando tenía como 14 años”, dice haciendo hincapié: “A mí no me lo crea”.

¿QUÉ ES LA PEDOFILIA?
Según el diccionario, su definición hace alusión a la atracción sexual de la persona adulta hacia niños de su mismo o de distinto sexo. Es considerada con una perversión o una desviación sexual.

El caso más reciente Es el de un joven que acusa de abuso sexual a fray Miguel Bienvenido Florenzán, quien fue director del Colegio Agustiniano, de La Vega.

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