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jueves, noviembre 21, 2024

Se han ido destrozando por sí mismas

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Ya no hay tantas pandillas barriales como antes, lo que parece indicar que ese modelo, predominante años atrás, ha entrado en decadencia.

En principio, se organizaron para defender los territorios en que operaban los traficantes de drogas, pero se revestían de unos alegados códigos de creencias mágico-religiosas o de inconformidad social para conquistar adeptos.

Los miembros usaban tatuajes con símbolos iguales, una especie de sello de identidad, y se sometían a unas pruebas de valor por medio de ritos satánicos, animados por los estados veleidosos que les producían las drogas.

Entre sus reglas de oro estaba el castigar, hasta con la vida misma, la traición.

Pero las pandillas se fueron desarticulando, primero porque no eran consistentes sus modelos de organización secreta y porque en el reparto del botín del narcotráfico algunos de sus miembros no resistieron la tentación de “hacer coca” con el botín. Y eso dio lugar a encarnizadas purgas.

La policía también contribuyó a hundirlas, detectando al resto de la red cuando uno o más componentes caían presos en las redadas, y promoviendo a través de programas como “Barrio seguro” y “Vivir tranquilo” una campaña de orientación en los barrios para desalentar este tipo de delincuencia juvenil organizada.

El fenómeno se extendió hasta las escuelas públicas donde, en un momento dado, llegaron a operar unas 15 pandillas. A ese nivel también se produjeron programas para concientizar sobre los riesgos y consecuencias y, hasta donde se percibe, ya no es un problema serio.

Este progresivo desmantelamiento de las pandillas no significa que la delincuencia juvenil no ha declinado en paralelo a la desaparición de las pandillas, por lo que es aconsejable que los organismos que han intervenido para combatir este fenómeno no bajen la guardia y sigan desarrollando sus campañas orientadoras.

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