Para esta época de Navidad hay un elemento que siempre está presente en los hogares de la mayoría de los dominicanos: Los belenes, que representan el nacimiento de Jesús y el amor que se le profesa por su gran misericordia.
La residencia de Luisa De Peña Díaz no está ajena a esta milenaria tradición que se ha convertido para ella en una pasión desde hace casi dos décadas cuando comenzó a coleccionarlos.
Amplias vitrinas repletas de belenes de todo tipos y colores es lo que se observa desde que nos asomamos a la puerta de su hogar. Desde diminutas piezas, como un palillo en un pequeño tubo de cristal, hasta el árbol de la vida, integran la extensa colección que abarca más de cincuenta países de cuatro continentes.
Huevos de distintos animales, finos cristales entre los que están rosenthal, swarovski, murano, baccarat, lalique, bohemia, algunos de estos traídos de lugares tan lejanos como Turquestán, La República Checa, Holanda, Egipto, Filipinas, Austria y una colección de indios americanos de diferentes pueblos adornan más de una docena de vitrinas.
También se exhiben en las paredes, la cocina, los baños y en ínfimos rincones, cada uno de ellos con un significado especial y a los que cuida con esmero.
Su pasión por los belenes surgió en el año 2000, cuando hizo un viaje a Israel y su madre le pidió que le trajera un belén de la ciudad que lleva el mismo nombre.
“Entonces yo esperé pacientemente llegar a la ciudad de Belén, atendí muy poco a lo que tenía que hacer buscando una tienda para comprar un belén”, recuerda De Peña Díaz.
Cuenta que fue a una tienda donde habían miles de belenes de diferentes materiales y “cuando yo vi eso, dije oh, pero este si es un recuerdo bonito para llevarse en los viajes”.
Allí compró el primer belén para su madre: José abrazando a María con su niño en brazos, el cual hoy guarda con recelo tras el fallecimiento de ésta por su gran valor emocional. De ahí en adelante empezó a buscar belenes y se volvió una obsesión en ella a un punto tal que si hace un viaje y no encuentra un buen belén para ella es un fracaso.
“A todos los lugares que yo voy siempre traigo un belén, inclusive a China, en China me dio mucho trabajo conseguir un belén, pero lo conseguí, en Cuba. Hay países que no son muy fácil de encontrar, pero yo ubico los lugares donde venden artesanía y pregunto”, enfatiza.
Le llegan de todos lados. “Y lo interesante es que como yo tengo 18 años coleccionando todo el que me conoce un poquito sabe que yo colecciono belenes y si me va a dar un regalito me traen belenes, pero también mis amigos, mis colegas de trabajo están atentos y cuando conocen un lugar donde los venden me dicen”, explica.
En la búsqueda para agrandar su colección también ha pasado sus crujías, una de ellas en un viaje a Austria. “El huevo de avestruz yo lo compré en Salzburgo, Austria, y yo vine con ese huevo a rastro para que no se me rompiera, porque no podía cargarlo en la maleta”, dice al recordar uno que otro incidente que ha presentado con el personal de la aerolínea para que le permitan traer algunos en la mano, aún violando el protocolo de viaje.
Pero la colección nativo americana es una de las que más aprecia. Hay 19 pueblos, de los cuales ella tiene una gran parte, como la Santo Domingo Pueblo, Santa Clara, Teisedre, Jemez, Navaho, Isleta, Hopi, Acoma, Cochiti, Taos, una colección para ella valiosa y diferente.
En el número 685 dejó de contar, pero no ha parado de agrandar la cifra, hasta el punto que en uno de sus últimos viajes entró a una tienda con una amiga y todo lo que compró fue belenes, al menos una docena, dice.
En algunos países, como los de América Latina, le ha sido fácil encontrarlos, en otros no tanto, como en Alemania, donde solo aparecen en la época navideña.
No hay repetidos
Para ella el regalo que más aprecia y valora es un nacimiento, y aunque tiene muchos asegura que no hay repetidos.
“Yo no tengo repetidos, parecidos sí, porque son artesanía echas a mano, no es industrial, entonces muy fácil no se repiten”, dice.
Anécdota
“Yo tengo uno que compré en Austria. El viaje más horrible que he hecho en mi vida, fue a una conferencia en Viena, entonces el día de paseo de museo yo me inscribí en un grupo que no era el mío, porque me interesaba un museo que ellos iban a visitar, conocimos el museo, pero el resto del día fue una verdadera pesadilla, con cosas que a mi no me interesaban, muy aburridas, no conocía a nadie en el grupo, bueno, eso fue un viaje terrible, cuando al final como a las siete de la noche llegamos a un pueblo en una montaña y nos dicen que el alcalde del pueblo nos tiene una cena, y hay una tiendecita en la entrada donde él nos tiene la cena, y dije: déjame entrar, y encontré un belén, precioso, dicho sea de paso, de cera, y dije, la tortura del día valió la pena”.
También ha perdido uno que otros, como la Virgen María, del artista ecuatoriano Osvaldo Guayasamín, el que una de sus mascotas destruyó, hecho que aún lamenta.
Pero si de algo está segura la también especialista en derechos humanos y directora-fundadora del Museo Memorial de la Resistencia Dominicana, es que los belenes, no solo son una expresión religiosa, también son una muestra del arte, donde se refleja el valor y el amor a la familia, algo que para ella transmite sentimientos positivos.
Origen de los belenes
La idea original de montar un nacimiento fue de Francisco de Asís, cuando en 1223, después de viajar a Belén, regresó inspirado a Italia y en el bosque de Greccio, junto a hombres y animales escenificó la Navidad de Jesús en vivo. Los belenes se popularizaron en España a principios del siglo XVIII, de donde pasaron a México. Y en la década del 1930 se revitalizó la tradición.