Para entender el impacto social del trabajo que realiza Michela Izzo y la fundación Wakía Ambiente en las comunidades rurales dominicanas imagina que ves un bombillo encenderse y alumbrar tu casa por primera vez; o que contemplas, también por primera vez, las imágenes que aparecen en la pantalla de un televisor.
Piensa que el dolor y los callos de tus manos desaparecerán porque ahora puedes conectar una lavadora y no tendrás que lavar a mano la ropa de toda la familia; que cuentas con energía limpia las 24 horas y que entiendes, a partir de la experiencia, qué significa la palabra ‘sostenibilidad’.
Desde la fundación, la especialista en medio ambiente colabora con el Programa de Pequeños Subsidios (PPS) del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM), implementado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
A través de este proyecto, más de cinco mil familias dominicanas forman parte del sistema de electrificación rural gracias a la construcción de pequeñas hidroeléctricas que aprovechan la energía renovable local.
Esa construcción, sin embargo, es para Michela apenas la chispa de una cultura hacia la responsabilidad ambiental y la participación ciudadana.
“Es importante resaltar el modelo de sostenibilidad que está detrás de esos tipos de proyectos porque el acceso al servicio eléctrico es solamente el primer paso para trabajar un proceso de desarrollo que está fundamentado en el empoderamiento y la participación local; y eso es, digamos, el beneficio mayor que se puede alcanzar”, dijo Izzo durante su participación en el Encuentro Verde de Listín Diario.
EL CASO DE EL RECODO
Un buen ejemplo del impacto del Programa de Pequeños Subsidios (PPS) es el cambio registrado en la calidad de vida en la comunidad El Recodo, en Padre Las Casas (Azua), luego de que fuera instalada la central hidroeléctrica en la parte alta del río Las Cuevas en 2009.
“Cuando llegué en el 2007 por primera vez para trabajar el estudio me chocó mucho que fuera una comunidad extremadamente pobre y muy dependiente de donaciones externas y además no tenía un tejido social fuerte, pues había sido reconstruida después de 1998, porque el ciclón George destruyó todas las casas”, explica Michela Izzo, directora ejecutiva de la fundación Wakía Ambiente, socia local del PPS.
Con la contribución de una iglesia, lograron construir casitas con paredes de cemento, pero solo lo esencial.
“Volví en 2011 y ahora en el 2018, hace unas semanas, después de siete años, y me impresionó el impacto que ha tenido el proyecto. De 92 familias que había en 2009, ahora son más de 190 y de estas 160 están conectadas al sistema eléctrico, manejándose con menos de 10 kilovatios de electricidad”.
Izzo destaca la regla que implementan para tener luz 24 horas al día.
“Tienen un programa. Como son 160 familias conectadas con 10 kilovatios, a las 6:00 de la tarde todo el mundo desconecta la nevera y la vuelven a conectar a las 11:00 de la noche; de esta manera nunca tienen apagones”.
La comunidad contactó nuevamente a Michela porque quieren explorar otras fuentes de energía limpia para ampliar el sistema.
“Después de la electrificación, de tener una escuela que llegaba a octavo de primaria ahora tienen un liceo con 300 estudiantes, una clínica rural y solicitudes de más familias que están regresando a la comunidad”.
En la foto, todo cambió en la comunidad Piedra de Los Veganos (Bonao, provincia Monseñor Nouel) con la llegada de la electricidad. ©Wakía Ambiente
LA VIDA, LA COMUNIDAD Y LAS FACILIDADES CAMBIAN
Con la llegada de la electricidad a la comunidad, “cuando tú ves los calabacitos prendidos”, la vida cambia totalmente, dice doña Tita, vecina de un paraje de Piedra Blanca.
Cambia primero la higiene de la casa, explica Michela Izzo, porque ya no tienen que alumbrarse con cuaba, gas o querosén.
“Cuando vas a una comunidad después de tres o cuatro años de estar funcionando el sistema ves un cuidado diferente para su entorno comunitario y su ambiente doméstico. No ves basura en la calle y hay un acceso a facilidades domésticas a las cuales todo el mundo se acostumbra, como la lavadora, porque las mujeres lavan pilas de ropa a mano”.
Izzo expresa que actualmente tratan de impulsar el uso productivo de la electricidad.
“Hay comunidades que ya viajan prácticamente solas, que tienen empresas ecoturísticas que se alimentan con la electricidad, y que tienen fondos comunitarios de más de un millón de pesos, manejados directamente por ellos, que lo están gestionando para préstamos locales. ¿Y sabes qué tienen como garantía? Que les prestan solo a los usuarios del sistema eléctrico, porque si no devuelven las cuotas les cortan la electricidad. Y tienen un sistema de cobros del cien por ciento”.
GENERAR PROCESOS DE DESARROLLO
¿Cómo eligen a las comunidades? Todo parte de un esquema que de acuerdo con Izzo es el modelo de desarrollo sostenible.
“El punto de partida es una necesidad expresada directamente por la comunidad: es ella la que tiene que moverse porque es impulsada por una necesidad real y a partir de ahí encontrar actores que pueden canalizar recursos y energía de una forma organizada para resolver esa necesidad y a partir de esa necesidad generar un proceso de desarrollo”.
El fondo semilla de cada proyecto, de hasta 50,000 dólares, se obtiene a través del PPS.
Izzo afirma que esa es la garantía de que hay un dinero comprometido que sirve para pagar por lo menos la primera cuota del sistema de generación de energía, porque en algunos casos no es suficiente.
Las comunidades no tienen por qué ser las más pobres o alejadas. Lo importante es que sean grupos organizados y que estén dispuestos a asumir la responsabilidad de garantizar la sostenibilidad del proyecto.
En ese aspecto, Wakía viene siendo el anillo para muchas entidades que desean intervenir pero quieren la garantía de un proceso que alcance resultados e impactos significativos incluso para una intervención de pocos miles de dólares.
“Nosotros somos el enlace del trabajo directamente en el campo, para que ese dinero pueda llegar directamente a la comunidad. Somos el anillo de contacto y hemos logrado en muchos casos ser garantes para que las agencias pudieran dar dinero directamente al grupo local”.
A través de Wakía se canalizan recursos de instituciones públicas y privadas para proyectos que ejecutan las comunidades directamente.
“En los últimos cinco años hemos tenido una experiencia muy buena con la Fundación Interamericana, una entidad del Congreso de Estados Unidos que increíblemente trabaja con un enfoque de empoderamiento local, y que nos ha financiado a través Wakía, en cinco años, como medio millón de dólares. Con ese fondo se ha logrado apoyar nueve micro hidroeléctricas”.
La fase de estudios en las comunidades que solicitan los proyectos, y que suele durar un año, la fundación la asume sin fondos.
¿DIFICULTADES? Para la consultora y docente universitaria, la principal dificultad que enfrentan en las comunidades no es una dificultad técnica, porque los proyectos técnicamente se ejecutan y son exitosos.
“Pero la sostenibilidad sí es una cuestión social: qué tan bueno eres para acompañar a la comunidad en superar sus barreras sociales. Y una de las barreras sociales principales es luchar en contra del paternalismo que, lamentablemente, es una herencia de años y años y no se puede pretender eliminar de un día para otro”.
Sostiene que todavía a nivel de comunidades y en términos de enfrentar la pobreza “estamos trabajando con esquemas ‘balagueristas’, en términos de asistencialismo, de donación, que al final amarra a la gente y no le deja desarrollarse de una forma creativa como ciudadanos activos en el Estado”.
La palabra wakía significa ‘nosotros’ en lengua taína. La organización dominicana sin fines de lucro trabaja en todo el territorio de la República Dominicana y en la región fronteriza de Haití, «contribuyendo a mejorar la calidad de vida de la población y promoviendo la sostenibilidad ambiental».
COMPROMISO
Cuando Izzo llegó desde Italia en 2006 para trabajar un año como voluntaria en los proyectos pilotos que Naciones Unidas implementaba en el área, solo había tres hidroeléctricas funcionando. La primera se construyó en 1997 en la comunidad El Limón de San José de Ocoa.
Veinte años después, 50 proyectos benefician a 70 comunidades locales y una haitiana.
“Al principio no había mucha claridad sobre el modelo ni teníamos mucha experiencia técnica en el desarrollo del proceso, pero a partir de ahí se logró establecer ese modelo que demuestra que el desarrollo no es una cuestión de un proyecto: es un proceso y requiere tiempo”, explica.
Una parte importante del programa es el establecimiento en la comunidad de un sistema de manejo de la hidroeléctrica autónomo, tanto técnico como administrativo.
“Ellos establecen un comité de administración de la hidroeléctrica y tienen que establecer su propio sistema de cobro. La lucha mayor es hacerle entender a la gente que tiene que pagar por el servicio de electricidad. Es una barrera a superar: la gente tiene más propensión a pagarle a una entidad externa, de la cual no sabe nada, que a fomentar un sistema colectivo común”.
Para Izzo, uno de los grandes beneficios de proyectos con este tipo de enfoque es que genera en la población beneficiaria un sentido de pertenencia y de cuidado de su territorio, pues todos entienden que la electricidad es un servicio que depende de la calidad de las fuentes de agua y de las cuencas.
“Uno de los compromisos que toman directamente con el programa es que tienen que reforestar por lo menos 500 tareas en las cuencas y luego, a partir de esas tareas, ellos siguen estableciendo brigadas de restauración y conservación y vigilancia de la cuenca. En algunos casos, como ocurrió en la zona de Arroyo Frío, en Jarabacoa, ellos han identificado áreas donde uno de los tutumpotes de ahí había hecho tumbas para poner fincas de ganado en la parte alta y lograron intervenir donde el Ministerio de Medio Ambiente no había podido. La comunidad se puso fuerte y lograron que las autoridades intervinieran porque la comunidad estaba exigiendo la protección de la cuenca; se logró evitar la tumba de más de 100 tareas de árboles”.
CONTINUIDAD Y ENLACE
Como institución, Wakía Ambiente surgió en 2008 como soporte del PPS a nivel local, un acuerdo de colaboración que permite canalizar los fondos para las comunidades.
“Surgió porque creemos que el modelo propuesto por el PPS funciona y es sostenible. Nos dijimos que tenemos que buscar un mecanismo para replicarlo y fortalecerlo, para que las acciones de ese tipo no dependan solo y exclusivamente de decisiones internacionales”.
Si el FMAM-GEF decide parar, dice Izzo, ¿el programa no va a seguir? “Si las acciones son positivas, lo ideal sería que más actores puedan seguir implementándola sin tener la exclusividad”.
El año pasado se creó la Red Dominicana para el Desarrollo Sostenible de las Energías Renovables (Redser) como una organización sin fines de lucro que reúne a las comunidades donde funcionan las microhidroeléctricas. Esta red se ha constituido ya como actor reconocido en la mesa de discusión energética nacional en representación de la perspectiva comunitaria, apunta Izzo.
La tecnología ha permitido reducir los tiempos de intervención en las comunidades más remotas. Los grupos de WhatsApp, por ejemplo, hacen más eficientes las consultas con los técnicos especializados. “Los técnicos comunitarios les mandan un video cuando tienen un problema y a través del grupo les dicen lo que deben hacer”.
Capacitación. Durante la ejecución de los trabajos los comunitarios participan en talleres sobre temas ambientales, cambio climático y uso eficiente de la energía en los que se involucra a los jóvenes y estudiantes. ©Wakía Ambiente
“Nosotros los campesinos nos creemos brutos, pero cuando nos dan la confianza nos damos cuenta de que no es así”, le dijo a Izzo una vez Epifanio, líder de la comunidad El Higuito de San José de Ocoa.
“Eso fue para nosotros la expresión más alta de lo que significa trabajar para el desarrollo local, porque es empoderar a la gente y darte cuenta que el sistema no logras cambiarlo, pero a nivel local se puede generar transformación, puedes marcar la diferencia para un grupo de personas que después actúa de manera diferente”, sonríe Michela.
Actualmente el programa está seleccionando los proyectos de la nueva convocatoria. De 36 proyectos preseleccionados, se elegirán 24. “También estamos brindando apoyo a otras cinco o seis comunidades para estudios de factibilidad aquí y en Haití”. En ejecución, entre el PPS Wakía, hay unos 35 proyectos.
PERFIL. Michela es licenciada en Ciencias Ambientales con maestría en Ingeniería del Viento. Para su doctorado en Medio Ambiente y Territorio trabajó la tesis “Análisis del clima y sus dinámicas en la República Dominicana e influencias sobre el territorio”. En el país, acompaña procesos de desarrollo con enfoque comunitario participativo, especialmente en el área de energías renovables.
En la imagen, la bióloga dominicana Yvonne Arias, directora ejecutiva del Grupo Jaragua, y Michela Izzo (d) en el Encuentro Verde, una iniciativa del Listín Diario y la fundación Propagás coordinada por Arias creada para compartir temas ambientales con los lectores. ©Martín Rodríguez/LD