El 14 de julio del 2002 partió Joaquín Balaguer al mundo de lo desconocido.
Más que por su desaparición física, su partida marcó la muerte de un estilo de conducción política y gubernamental caracterizado por la prudencia y el equilibrio, la sensibilidad y la humildad, las ejecutorias y las realizaciones.
Su presencia en este mundo constituyó, aún fuera del poder, una especie de muro de contención que impidió los excesos y aventuras de quienes lo sucedieron: desde el paquetazo fiscal de los 90s hasta el levantamiento de infraestructura en los espacios públicos que su gestión nos legó como aquellas osadías concebidas en los alrededores de la plaza de la salud y en los parques miradores.
Su muerte física coincidió con el inicio de torpes administraciones de crisis bancarias y la estatización de deudas privadas, particularmente las relacionadas con el sistema eléctrico.
Estas causantes instituyeron una vorágine de déficit fiscal y endeudamiento que no se ha detenido, hasta exponernos a convertirnos en una nación virtualmente hipotecada.
Con su muerte comenzó a morir la noción de un presidente como jefe de Estado para dar paso a presidentes sectarios que actúan más obedeciendo a su condición de jefes de partidos.
O de presidentes gobernando inspirados en los intereses de sus partidarios o colaboradores; en lugar de gobernar inspirándose en el interés general de los dominicanos. Como dijo el mismo “el bienestar de mi país está por encima del bienestar de mis amigos”
Y refiriéndose a Sus partidarios: “todos mis correligionarios están cerca de mi corazón, pero más cerca de él está mi país y el interés general de mis conciudadanos”
Con su desaparición física desapareció la consideración pluralista del sistema de partidos, mediante la cual se consolidaban los tradicionales y se alentaban el surgimiento de nuevas fuerzas.
Desde que faltó en este mundo, comenzó a faltar la impronta del político y gobernante inscrito en la sencillez y en la sensibilidad para ser sustituida por una camada de políticos y gobernantes inscritos en el oropel y la parafernalia.
Y la de políticos gobernantes que priorizan la apariencia mediática y el aparataje publicitario por encima de las ejecutorias y realizaciones que hablan por sí solas de los frutos por lo que puede conocerse un buen gobierno.
El partido que fundó, no ha sabido recoger la antorcha de relevo y hoy se encuentra en categoría minoritaria, al borde de la extinción.
Pero sembró el reformismo como doctrina, para “llevar a cabo los cambios que el país necesita con la celeridad que requieran las circunstancias”.
Protagonícelo quien lo protagonice, esos cambios, las reformas continuas para ello, volverán a formar parte de una agenda nacional
Y, después que pase el ciclo histórico que depure sus ejecutorias y realizaciones; nuevas generaciones se inspirarán en su nombre crecido en la historia por la pertinencia y oportunidad de sus reformas y transformaciones. Y por las malas gestiones y frustraciones de los que gobiernos que lo sucedieron.
Que ojalá sean inspiradas en una de sus consignas más preclaras: “concordia en el orden político, trabajo en el campo económico y austeridad en el administrativo”.