En La democracia en 30 lecciones, Giovanni Sartori inicia su lección 5, sobre la opinión pública, de la manera siguiente: “Si la democracia es gobierno del pueblo sobre el pueblo, será en parte gobernada y en parte gobernante. ¿Cuándo será gobernante? Obviamente, cuando hay elecciones, cuando se vota. Y las elecciones expresan, en su conjunto, la opinión pública”.
Por tal razón, las elecciones deben ser libres y las opiniones libremente formadas, a fin de que los electores estén debidamente informados y los comicios sean íntegros.
La opinión se denomina pública no sólo porque es del público, sino también porque implica la res pública, la cosa pública, es decir, argumentos de naturaleza pública: los intereses generales, el bien común, los problemas colectivos. Por este motivo, el citado autor sostiene que todo el edificio de la democracia se apoya en la opinión pública.
Aunque en la antigua Grecia, en el siglo V a. C., el filósofo Parménides de Elea, acuñó la palabra doxa, que dio origen al término opinión, para distinguir la vía de la verdad de la vía de la opinión, en realidad, la expresión opinión pública surgió en la etapa previa de la Revolución Francesa.
Mientras que en la antigua Grecia la doxa tenía lugar, principalmente, en el ágora (plaza pública), donde al igual que hoy se manipulaba la opinión pública, en nuestro tiempo se expresa principalmente en la televisión, la radio, los periódicos, las revistas, el internet, los clubes, los salones, los partidos políticos, las asociaciones y el mercado. A decir de Nicola Mateucci, un público de particulares asociados, interesado en controlar el gobierno, aunque no se desarrolle una actividad política inmediata.
Conforme al filósofo alemán Jürgen Habermas, el más destacado estudioso de la opinión pública del presente, es de vital importancia que el Estado democrático cuente con la legitimación popular de la opinión pública, la cual debe ser crítica y no manipulada como ocurre en la mayoría de las democracias formales.
Desde el ágora la opinión pública saltó, respectivamente, a la prensa, la radio, la televisión y, ahora, al internet. A partir de la televisión, basada en la imagen, empieza a desaparecer el monopolio de los líderes intermedios de opinión, que tenían el rol de intermediarios de la opinión pública. Pero, es el internet, con sus activas, variadas y autónomas redes sociales, el que ha liberado, efectivamente, de intermediarios a la opinión pública.
Sin lugar a dudas, las redes sociales han democratizado la información, que es la esencia de la opinión pública, posibilitando la opinión libre de los ciudadanos en los diversos temas que son de su interés.
Todo ha cambiado, con la entronización del internet en el reino de la opinión pública, los medios tradicionales perdieron el valioso poder de control que tenían sobre la agenda pública. Los sondeos para conocer como piensan los ciudadanos, sobre determinados temas, ya no tienen la relevancia del pasado. En el tiempo de las redes sociales los internautas conocen directa y permanentemente la opinión prevaleciente sobre las disposiciones de los gobiernos y los demás temas políticos de actualidad.
Ahora la opinión pública, menos manipulada, se mide en las mismas redes sociales, en las cuales se divulgan los temas que marcan tendencia y los que se convierten en virales.
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