La familia Bisonó Reyes también fue víctima del fatídico siniestro por la explosión en una envasadora de gas de Santiago. Juana Bisonó, de 65 años, salió despavorida junto a su esposo Nilson Reyes, de 70 años vociferando, “¡salgan, salgan!”, para que sus vecinos abandonaran el lugar.
Despertados bruscamente por el estallido de la explosión de la envasadora de gas en Licey al Medio, los pobladores del Residencial Brisas del Palmar, ubicado al lado del negocio, salieron presurosos para auxiliar a los que llamaban desesperados.
Luis Paulino, vecino de la pareja de esposos, narra que al salir de su vivienda, vio a Nilson Reyes tirarse al césped del Residencial para poder apagar las llamas que cubrían su cuerpo.
Mientras que su esposa se postró bocabajo en la acera de la casa de uno de sus vecinos, diciendo: “auxílienos y tápennos, auxílienos y tápennos”, repetía cuando él se acercó para levantarla.
Recuerda que las últimas palabras de la señora al percatarse de que se le había quemado toda la ropa fueron que buscara una sábana para que la cubrieran, petición que acató de inmediato para complacerla.
Elena Cruz, otra de las vecinas, atestigua que nunca imaginó que fuera doña Juana la que se quemaba cuando ella salió de la casa. “Yo pensaba que era un ramo de palma que había volado de la explosión”, añadió. “Eso no es fácil, todavía yo no duermo pensado en eso. Me despierto de noche con pesadillas”, cuenta al tiempo que recuerda que otro vecino se quitó la ropa para apagarle el fuego a la señora.
“Ver tu gente querida incendiada y tú sin poder hacer nada, no es fácil”, expresó conmovida Elena.
Junto a los señores que tenían 46 años de casados, salió corriendo Julissa Ortiz, esposa de uno de sus hijos.
La joven de 26 años procreó una niña con Aneudy, hijo de ambos señores. Cuentan que ella viajó de Estados Unidos al país para visitar a sus suegros. Tenía al menos quince días en el territorio dominicano.
Como ángel guardián, la menor de un año fue la única que sobrevivió de los cuatro. Su madre Julissa la tenía aferrada a su pecho mientras ella corría por el residencial buscando ayuda y repitiendo: “Del lugar hay que irse”, cuenta Luis Paulino.
“Ella la traía en sus brazos y quizás porque la traía en el pecho está viva”, dijo Paulino, quien presenció la escena de horror.
“Sentí impotencia y dolor. Recoger a tus vecinos que fueron como nuestros hermanos”, dijo.
Jobanny Contreras, fue quien llevó a la señora Juana al hospital y sin querer revivir el momento se hace el fuerte para contar su versión.
“Entre cuatro hombres levantamos con una sábana a Doña Juana, como ella lo pidió. Luego tumbe los asientos de mi vehículo para poderla subir y la llevamos a el hospital.
Relata que en el camino, Doña Juana le dijo que llamen a Paul y Karina que eran sus hijos. Continúa contando, que la señora estaba consciente y que le dictó ambos números para que se pueda comunicar.
Contreras iba conduciendo y su hijo quien lo acompañó le dijo a Juana: “Doña Juana quédese tranquilita”. A lo que ella respondió con voz de paz y tranquilidad: “no te preocupes mi hijo, yo estoy tranquila”. Respuesta que sorprendió y entristeció a Contreras.
Al contar el momento de horror destacan que aún se le eriza la piel. Luego de dos semanas y media del siniestro.
Con un silencio profundo y pensativo prosigue contando: recordaré s a mis vecinos como padre y madres, como hermanos fraternales, cariñosos, solidarios, detalló con la mirada cabizbaja.
Paulino dijo que están vivos para contarlo y no sufrieron daños mayores porque no estaban afuera. Los cristales de su casa se rompieron y sus tres niños les dicen que ya no quieren vivir ahí, por el trauma que les ha ocasionado ese siniestro aquella mañana tres de octubre.
Ramón Henríquez, también contó su testimonio a LISTIN DIARIO y dijo que todo ese vecindario estaba condenado a morir por dos razones: por el fuego de la explosión o el fuerte olor a gas propano que se había esparcido por todo el municipio.
Este señor suele levantarse temprano y escuchó un zumbido pero nunca imaginó que fuera en la bomba de gas.
Minutos después va a la habitación de su madre (una señora muy mayor) para vigilarla. En ese instante se asoma a la ventana de la misma recamara y ve que se está formando una nube “muy grande” que se estaba esparciendo por el conuco de Don Neo (víctima mortal).
De inmediato el olor característico de gas llegó a su olfato “de manera extraordinaria”, cuenta Henríquez.
Rápidamente hizo que su mamá se levantara para sacarla del lugar y justamente cuando iban a salir explotó la envasadora, sacudiendo el municipio entero. Los bomberos intervinieron la cocina de Henríquez, la cual se estaba incendiando cerca del tanque de gas que su propiedad.
Finalmente, optó por sacar a su madre y llevarla lejos de la zona, porque pensó que todo podría empeorar ya que aún se escuchaba el zumbido del escape de gas. Todo temblaba en ese instante.
La casa de los señores de apellido Bisonó Reyes quedó con grietas y destruida. Algunos de los espaldares de las sillas del comedor estaban tirados en el patio por el impacto de la explosión.
Desde una altura prudente se pueden observar los daños ya que el portón principal de la vivienda fue sellado con cinc para impedir la vista. La parte frontal de la envasadora de gas, también fue clausurada con metal para que no se observe el interior.
En la galería de la casa de color crema y verde solo hay con vida un perro blanco, el cual maullaba desesperado e inquieto cuando nos asomamos.
Los vecinos que presenciaron el acto, les he difícil no recordar el sonido del estallido cuando escuchan que una puerta se estrella en sus casas o cuando algo se cae y produce un ruido.
Cuando ven humo por cualquier causa es inevitable no trasladar sus pensamientos de angustia a ese