Hoy yo estoy desalentado, apenado, apesadumbrado, adolorido, entristecido, devastado, desanimado, falto de fe y sumido en un profundo estado de vergüenza ajena, que disminuye mi fuerza interior, mi fe en los hombres, en los principios, en las convicciones cívicas y los valores morales.
Hoy me siento confundido, decepcionado, amoscado, abochornado y embargado por un rictus de expectación que obliga a meditar cuidadosamente en el alcance de mis pensamientos, conclusiones, palabras y acciones.
En el curso de este día, un acero lacerante ha penetrado de manera fatal en lo más profundo de mis creencias y convicciones, impulsado con una fuerza descomunal de origen avieso e imprevisibles consecuencias que amenaza con echar por tierra paradigmas, banderas de lucha, afectos y creencias.
En este horrendo día, que ha de quedar marcado por siempre con tinta indeleble en la memoria de los humildes pobladores de Loma de Cabrera, Dajabón y otras poblaciones de la Línea Noroeste, se ha puesto en movimiento el viacrucis que ha de recorrer Jacobo Morel –Nino–, en aras de aclarar ante el país y el mundo la demoledora acusación que, cual espada de Damocles, pende sobre su imagen pública, su carrera y su familia.
No he de utilizar de manera artera los epítetos cargados de acíbar con que algunos baten palmas de manera alborozada, intentando hacer leña de aquello que avizoran como un árbol que se viene de bruces.
Tampoco he de asumir, de manera subjetiva e irresponsable, una defensa peregrina y a ultranza, que solo al propio Nino le corresponde asumir.
En este nefasto día que ensombrece el horizonte de todos cuantos apostamos al espíritu de superación de nuestra gente buena de la frontera solo quiero decir que, para el suscrito, hasta el día de hoy y salvo pruebas en contrario, Nino Morel ha sido un hombre honesto, trabajador a carta cabal y un profesional del derecho que ha ejercido sus funciones con probidad y eficiencia, además de un esforzado activista cultural y comunitario que goza del aprecio y respeto de todos cuantos le conocemos.
Entiendo que hay que ser cautos en los juicios y apreciaciones a priori. Nadie debe abrogarse las funciones de enjuiciar a los demás, puesto que tales prerrogativas le corresponden solamente a Dios y a quienes administran la Ley y la justicia terrenal.
Por todo lo anterior, hasta tanto este penoso caso sea debidamente sustanciado y dilucidado de manera objetiva y con apego a la verdad y la justicia, yo creo en la inocencia de Nino Morel.
Y pido a Dios que, en verdad, así sea.
Noviembre 8, 2018. NYC